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Ensayo de danza #1


Rene Magritte "The Mystery of the Ordinary" (1926-1938)

Existen diversos enfrentamientos entre las palabras que se utilizan para el entendimiento común y aquellas que vividas más pausadamente, se acercan a la profundidad de lo que se desea transmitir. Pero no es posible sostener tal “profundidad” en el transcurso del tiempo cotidiano, hay momentos en los que es necesario dar soltura; descansar en lo diverso, desconocido y contingente, en la conciencia libre del pensamiento incompleto e imperfecto y en el contagio de las similitudes y diferencias con los otros. Una cosmovisión de la danza, de la vida, o de cualquier otra realidad, no se hace sólo con lo que se acepta, sino también con lo que distancia o reúne de algún otro modo. En mi experiencia de transmisión suelo remitirme a estas cuestiones con algunas humoradas -creo que nada es tan solemne como para que pierda totalmente el sentido del humor, mientras haya vida por vivir…- y jugar un poco con el siempre latente vaivén entre la dicotomía y la coherencia de “lo que se dice, lo que se piensa y lo que se hace”, tres coordenadas muy humanas cuyo punto central y equilibrado nos ubica en una plenitud intensa que, sin absolutos, nos suele afianzar en el camino hundido por huellas movientes revelándonos lo que con pocas palabras poetizó Antonio Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. A tientas de un “un, dos, tres, va” se desliza un camino cuyo mapa, territorio, brújula, templo, carpa, caravana moviente, es el propio cuerpo. El cuerpo, lo más cercano y lo más lejano… ¿no? Aquí propongo una imagen vacía. Una imagen vacía… ¿cómo la imaginan? Al imaginarla ya no sería una imagen vacía… ¿Y entonces? Si es una imagen ¿puede ser/estar vacía? ¿Cómo asir una imagen vacía? ¿Es una contra-dicción, una contra-imagen, una contra-cinética, una contra-danza? Lo que no es, o es “contra-algo”… ¿nos sumergirá en el universo poético? Puede que esto esté en la mente, en el pensamiento. Parece que una imagen vacía es imposible para el pensamiento. El pensamiento trabaja en redes; relaciona, entrecruza, compara… y siempre tendrá una imagen (mental) como representación de algo (tema complejo, que necesitaría sortear esta mera descripción para su profundización). Adentrarse en el campo de la sensación, es un doble desafío: cambiar el eje de la percepción del mundo y darle al pensamiento otro lugar. Ese otro lugar se encontrará de modo personal, ya que hay muchos “espacios” posibles para él. No es que debamos ir en detrimento del pensamiento, no. (Cuando poéticamente se propone “alejar al pensamiento”, se traduce como “cambiarlo del lugar central”). Él nos ayuda justamente a virar al campo de la sensación: "empezamos por pensar en sentir, luego de a poco comenzamos a sentir más intensamente, hasta que nos ubicamos en la sensación en sí misma". El pensamiento sigue estando en nosotros, pero en otro espacio, en otro lugar, y siempre estará al servicio nuestro. (Aquí me refiero a personas sanas y no a personas con dificultades mentales, en las que el pensamiento está en un constante vaivén…). También puede suceder que la sensación nos sorprenda y deje a tientas al pensamiento, aquí lo espiralado y/o rizomático de la cuestión. Esto que intento sintetizar con esfuerzo, es una arista muy importante en la danza, al menos desde esta cosmovisión. Cada danza tendrá, desde este lugar, que enfrentarse a ello. Nos valemos de imágenes para componer, hay unas más nítidas que otras, unas más personales que otras, pero quisiera sólo detenerme en un concepto sencillo como puntapié: en su origen latino, la palabra “imago” aludía a la figuración de una persona muerta, a tener presente (agrego, en el cuerpo) algo de lo que no está. Creo que todos hemos pasado por algún momento en el que nos enfrentamos al afecto que deviene del recuerdo de alguien que ya no está, sea muy cercano o no. Esa persona que conocimos, la ausencia de su presencia, la presencia de su ausencia, el recuerdo que culmina en alguna sensación, quizá en el pecho, en los ojos, en un pensamiento, en algún hacer; todas esas son sensaciones que se apoyan en imágenes (no sólo remiten a las tan agraciadas imágenes visuales, sino a las táctiles, como un abrazo; las gustativas, una sopa; las olfativas, un perfume; las auditivas, una canción) que conforman “la imagen” que tenemos de la persona ausente, y que se desliza a otras más abstractas como la muerte, la vida, la soledad... Las imágenes no tienen línea de tiempo, se arman y, el pensamiento -el recuerdo, la memoria (quedará esta distinción para otro diálogo escrito)- nos puede conducir a las sensaciones, y viceversa.¿Qué piensan de estas tres instancias: presentación, re-presentación y creación? No existen dos sensaciones iguales ¿lo sabían? Es más… ¡No existen ni entre las de nosotros mismos ni comparadas con las de otras personas! Y aquí la complejidad… tener conciencia de nuestra integralidad, que también somos seres de la sensación, del azar y el devenir (que no significa que no tengamos ciertas estructuras: ¡el lenguaje, la cadeneta ADN, nuestro organismo, lo son!) nos aleja por ¡naturaleza! del reduccionismo entrenado a definirlo todo, separar, medir, categorizar, entender; modalidades que intentan organizar, a veces forzada e innecesariamente, a modo de “la letra con sangre entra”. Parece que lo así dispuesto le da “profesionalidad” o “profundidad” a lo que se hace… (Jan Svankmajer -citado en el Opúsculo N°2 “Danza y cine”- diría al respecto: “La antítesis de la poesía es la especialización profesional”).Algunos interrogantes que valen la alegría: ¿Cómo se vinculan las experiencias fortuitas e integradoras con las sensaciones? ¿Lo inesperado es más propicio para la gestación de sensaciones? ¿Qué obtura la sensación? ¿Y qué las hace aparecer? ¿Se impone la sensación frente al movimiento, como el quitar la mano del fuego que quema? ¿Qué hay de instinto y de reflejo en la sensación? Poner la mano en forma curva delante de una vela, para que el viento no la apague ¿se aprende? ¿existirá un saber colectivo y antiguo en nuestro cuerpo que se hace presente frente a algo que lo hace aparecer y/o estará en nuestro ADN y es nuestro organismo el que responde?¿Qué diferencias encuentran entonces entre lo que denominamos "organismo" y "cuerpo"? Agrego a estos interrogantes como respuestas, un convite, una imagen danzada: "estar frente a muchos hilos cruzándose entre sí y por momentos hacer equilibrio en algunos de sus cruces y coyunturas. Luego caer a otra unión, quizá con un poco más o un poco menos de equilibrio que la anterior, y así sucesivamente". Quizá así de fugaz sea la apropiación estática del mundo, un instante de equilibrio que vislumbra ciertas uniones entre sí, para luego volver a la dinámica que nos constituye. Anudarse en dos o tres hilos nos priva del entramado.¿Cómo transmitir entonces el punto inestable, devenido, el instante revelado y encarnado, el encuentro, la poética? ¿Será como mostrar la luna apuntando el dedo? Ni la luna, ni el dedo. Quizá sea el viaje, el trayecto, la experiencia del “estar yendo”... da lo mismo el dedo o el pie, la luna, otro satélite, planeta, estrella u agujero negro…Descamada libertad, el pájaro loco que no da cuenta de la jaula abierta. La danza esconde imágenes vacías… es una sensación. Y al encuentro de la sensación, aparece ese “no sé qué” del dicho popular que muchas veces esconde verdaderas, profundas y simples revelaciones. ¡Tanto lío para un “no sé qué”!

Existe un atajo: cuando vean bailar a alguien que para ustedes tenga “ese no sé qué”, traten de entrar en su mundo, y por un momento ser parte de él. Traten de “entrar” simplemente, como Alicia en “Alicia a través del espejo”, que pasa por sobre la imagen y va directamente hacia el otro lado. No es algo a pensar o a buscar… es algo a entrar y a encontrar.

* Rene Magritte "The Mystery of the Ordinary" (1926-1938)


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