La intención de librar al arte/danza de los dogmas sociales y físicos del sistema de formación y de los psicológicos fomentados por las terapias en todas sus formas, sigue siendo un largo camino a construir. El arte/danza excede los condicionamientos que la convierten en una metodología de “uso, resultado y retribución” como engranaje integrado a las funciones de los sistemas educativo y de salud, dentro del lenguaje del sistema capitalista: la servidumbre, la productividad y la monetización. El arte/danza no sirve, no produce y no tiene precio; problema que no sólo concierne a la distinción conceptual, sino a la de la experiencia. Nos educan e incitan constantemente para esperar resultados, para obtener aquello que nos beneficia, que nos "llene" y nos de lo que necesitamos; ciertas gratificaciones, seguridades que nos permitan sacar lo mejor de nosotros mismos, "descargar" tensiones, realizar “catarsis”, exaltar la autoestima y los sentimientos buenos, apropiados y oportunos. Los movimientos subjetivos, corporales, no siempre se manifiestan por atender o buscar directamente tales disposiciones sociales, físicas y psicológicas, sino por hallar un contrario o una coordenada intermedia que nos permita habitar otras zonas posibles. El pensamiento oriental acerca el trazado de un reverso al paradigma imperante. Hay un problema existencial y antiguo, centro de la constitución humana: el Ego. Quien da sabe, puede, induce y estimula; quien recibe responde, espera resultados y beneficios, principalmente propios. Ambos egos se relacionan, saltan los unos a los otros en armonía de verse en su propio espejo, o de ver al otro a través del suyo y, cual espejismo, afirma, seduce y reconforta. Iatrogenia.
La experiencia butoh puede colaborar en esta interesante distinción significante. Los matices físico-anímicos sin interpretaciones, simbolismos ni "psicologizaciones", doblegados e interpelados por el tránsito de incertidumbres, desconocimientos, complejidades, contradicciones, abismos y vértigos, nos acerca hacia nosotros mismos para, paradójicamente, "librarnos de nosotros mismos” y así descansar de la estática de la identidad. Se hallan nuevas superficies y profundidades personales, relieves de un paisaje que se torna cada vez más universal por ubicar al "yo" en un lugar no central. No todo crecimiento personal y/o artístico deviene del placer de "sentirse completo". El vacío, nuestros agujeros negros, lo que deseamos, lo que rechazamos, lo que somos y no aceptamos, lo que no somos y aceptamos, nuestra belleza y fealdad, nuestra luz y oscuridad, la calidez y la frialdad de nuestros actos, nos dan la posibilidad de enfrentar a ese viejo y desconocido monstruo para conferirle un nuevo lugar: quizás nunca el mismo… y así confundir su hábito de la permanencia. Este movimiento subjetivo, corporal, no siempre se regocija en el amor, la belleza, el placer y la frescura, justamente porque somos humanos. Cuando logramos ubicar al ego en algún otro lado, o de otro modo, él puede convertirse en un maestro único. No es mi intención ir en detrimento de la tradición educativa y de la salud vinculada al arte/danza. Deseo unirme a la voz de los poetas e invitar con tono interrogante a pasar de vez en cuando “al otro lado de la danza”, aquel que respira: "...el extraño poder de hacernos sentir lo que no sabemos que somos".