Me visitó una sombra. Y me dejó al marcharse el peso de otro cuerpo.[1]
Habitan infinitos cuerpos en un cuerpo. Algunos conocidos y otros desconocidos. Algunos vivos y otros muertos. Algunos reales y otros imaginarios. Algunos presentes y otros ausentes. Algunos nuevos y otros añejos. Algunos temporales y otros atemporales. Algunos claros y otros oscuros.
Entre tantos, hay un cuerpo vacío sin opuesto, magnético, que circunda el espacio librado de lo que no se desea contener. El deseo mueve al cuerpo de la danza, el vacío lo detiene para que emerja su poética.
“Cuerpo cuenco”, o cuerpo hueco, es aquel que se manifiesta en una particular honestidad, y que nos adentra en la percepción íntima de lo que aún no tiene existencia. Él atrae a los espejismos de la sensación y sucumbe al organismo y, como una oleada imprevisible, desaparece para dejarnos sus rastros de espuma en la orilla; inaugurando zonas de pasaje vívidas e inéditas en el vasto paisaje del tiempo del cuerpo.
¿Cómo puede el “cuerpo cuenco” manifestar el ser e inexistir a la vez? El cuerpo ya no es interrogante sino signo que no cesa de transformar la búsqueda en encuentros sin búsqueda, en la plenitud de los hallazgos sin ser empujados por la fuerza del deseo, sólo devenir, pasaje, posada, desplazamiento, cinta de moebius, que deshace una y otra vez las fijezas de los remanentes binarios y de significados. Osadía de la excepción, cuerpo hueco, agujero negro, misterio lejanamente cercano.
¿Por qué estas rayas donde el cuerpo cesa
y no otro cuerpo y otro cuerpo y otro?
¿Por qué esta curva del porqué y no el signo
de una recta sin fin y un punto encima? [2]
[1] Fragmento de “Me visitó una nube…”, poema de Roberto Juarroz.
[2] Fragmento “Poesía vertical 3”, poema de Roberto Juarroz.
[3] Imagen Masao Yamamoto